El estilo.

pantano reposado

El estilo.

El estilo es como el agua.

Cayendo sobre los hombros de una mujer que se ducha, hace mariposas. Lloviendo sobre Paris es tópica y desconsoladora. Saltando el Orinoco brilla como pámpanos marinos y enmudece.  Corriendo serena entre selvas palafíticas es ancestral, reconciliadora, pacificante. En mi sangre hirviente tiene el agudo sabor del cuchillo.

El estilo no está en los perfumes ni en la cristalería de Bohemia. Está en la inspiración de personas que como nosotros fabricamos esas cosas. La misma inspiración que nos provoca un poema, un buen día, una jugada de suerte, una papaya abriéndose en días de calor.

El estilo no es exclusivo, pues se contagia. Hay gente que tiene estilo solo por existir. Hay gente que lo ha creado con precisión y tenacidad. Los hay quienes lo tienen solo cuando son malos, muy malos. Y hay lo contrario.

El estilo es propio, prestado, benefactor y maleficio. Correspondido y solitario.

Yo admiro el estilo, el carisma, el vigor del verbo, la prestancia y la audacia, ahí donde esté, porque sugiere  la punta de un hilo muy largo que alcanza el tejido universal.

Pero no me dejo dominar por él.

Qué pequeña es la luz de los que solo tienen estilo, para aquellos que hemos probado la verdad a borbotones.

 

Foto: Sara Aniyar

Morir

Morir no afea.

ojo cerrado

No hace daño a nadie, por sí mismo.

Morir es bueno para la tierra.

Enseña a los demás a decir adiós y a vivir sus propias vidas.

Morir transforma la memoria de los vivos y nos estimula la imaginación.

Morir es,  de hecho, más barato que vivir. Más discreto. Más poético. Más misterioso e interesante.

Concentra el cariño de los que te quieren y puede despertar el respeto de los que te odian.

Morir está bien. Disipa las sombras enormes que dejan los padres y patriarcas.

Disipa la pesada experiencia de los mayores y da una oportunidad a la experiencia de los vivos.

Morir es reciclar. ¿Se imaginan ustedes a los poderosos viviendo eternamente?.

La muerte es un reloj que eleva el estándar moral de la humanidad.

La Neurona-Espejo

neuronas-ramon-y-cajal

¿Por qué ver comer da hambre? ¿Por qué una sonrisa amorosa despierta amor?

¿Por qué una ofensa genera otra?

¿Por qué el llanto del bebé produce leche en el seno materno? ¿Por qué el éxito produce emulación y envidia?

¿Por qué se oscurece el que maldice? ¿Por qué el que bendice parece como abrir una puerta?

¿Por qué los colores vivos nos invaden? ¿Por qué los tonos mayores y alegres compensan la tristeza del día? ¿Por qué la delicada voz del amante nos calma?

¿Por qué motiva tanto la libertad? ¿Por qué la sexualidad inspira más sexo? ¿Por qué los hombres son atraídos por la ternura femenina y sus esferas? ¿Por qué las mujeres encuentran belleza en hombres que no parecen tenerla? ¿Por qué pocas palabras cambian la mente y el alma? ¿Por qué se ama [o se odia] a los padres?

¿Por qué da más el que intercambia? ¿Por qué entran todos los universos, incluso desconocidos, en nuestros sueños? ¿Por qué se da perdón y gracias en todas las condiciones humanas? ¿Por qué se saludan todas las mañanas en cada parte del mundo?

¿A qué leyes de la naturaleza pertenecemos, que los más sesudos científicos no saben explicar?

¿Por qué crezco cuando me acaricias?


¿Por qué?

Xerox.

mao recortado

No sirve de nada vestirnos de gente grande y procurar el aplauso de millones. No sirve usar nuestra más fiera voz y regalar abundantes cosas para que nos amen. No basta ser salvador, guerrero y rugir con los brazos abiertos. El hombre de grandes gestos es un hombre sin rostro propio, como aquel fantasma de Chihiro, en la película  de Miyazaki. Necesita de espejos públicos, edificios, proezas, verbi-elocuencias para saber que existe. Porque no sabe oírse.

Los que le siguen no dependen de sus propios méritos, sino del aura de fascinación que desprenden su verbo y regalos.

El hombre grande tiene una máscara y, detrás, no hay nada. Se mimetiza en lo que el aplauso quiere y por eso necesita esa máscara, para no verse más nunca en verdad.

Es sagaz para no avanzar. Anda a toda a prisa al mismo sitio de donde partió. Genera un amor que mueve todo pero no hace que las cosas se transformen realmente.

Jung decía que somos sicóticos porque perdimos la capacidad de transformarnos en otra cosa.

Por ello, la esquizofrenia no es cuando cambiamos nuestra identidad por una diferente, sino cuando nos transformamos en algo que nos aliena.

Es cierto: Los warao tocan melodías con sus flautas que son, ellas mismas, jebus, espíritus. Los yanomami se convierten en tigres cuando los representan, no son actores. Los cabalistas ascendieron por las escaleras de los ángeles del cielo, no se lo imaginaron.  Los jíbaros –los ashuar– son hermanos de sangre de los animales que les escogieron en la selva. Los primeros abuelos cazadores debieron convertirse en animales tan audaces y feroces como sus contrincantes y, quizás por ello estamos nosotros aquí.

No eran esquizofrénicos. Eran ángeles valientes que no necesitaban del aplauso para saber el camino. Eran héroes verdaderos, sin espectáculo.

Nuestros ancestros fueron santos, a su modo. No era su oficio, era verdad. No usaban la ropa de otros guerreros ni imitaban sus acentos. Habitaban realmente el sentido de la grandeza, aquí y ahora.

No eran gente Xerox, de esos con poco tonner.

Los juicios

barco a lo lejos

Los barcos me atraen, me llevan lejos.

No hay manera de que atraviese un puente sobre aguas y no haga silencio.

Las grandes masas oceánicas poderosas y en movimiento, me causan terror y fascinación.

Una mujer u hombre sencillo, de ademanes bondadosos y sonrisa ligera, me hace sonreír.

El concepto de Dios me estremece.

La música me rapta.

Un niño al borde de un abismo despierta todas mis alarmas.

No puedo evitar actuar si alguien va a herir a una persona querida.

Las películas románticas me dan aliento.

Nunca estoy dispuesto a dejarme dominar por una película de terror.

La luna y la lluvia me hipnotizan.

Las grandes montañas me inspiran a conocerlas.

La velocidad es una droga que despierta.

Desconfiar me tortura, aunque sé que es a veces necesario.

Ni mi país ni mi familia me son indiferentes, aunque a veces demuestre lo contrario.

Soy comedido con el poder, nunca es infinito.

Conocer me maravilla.

Escribir me exalta y me calma a la vez.

Creo que es más profundo el amor ritual que el de los fulgurantes encuentros.

Ningunas de esas cosas me fueron enseñadas explícitamente. Las he aprendido porque hay juicios dentro de mi que se despertaron naturalmente al contacto con el mundo. Yo comparto éstas y muchas cosas parecidas con Ud. ¿No es cierto?

En el Sinaí, Dios le dijo a Moisés  “expondrás estos juicios” (1 versículo de Mishpatim), cuando presentó los Mandamientos.

En esa frase no dijo “órdenes», “leyes”, dijo: “juicios”[1], como si ya hubieran estado dentro de todos nosotros. En otras palabras, aquel día Dios ordenó que escucháramos nuestros juicios, no la cosa juzgada. Los juicios más puros, dentro de nosotros.

El Bhagavad Guita de los hindúes dice “es mejor vivir tu destino imperfectamente que vivir la imitación de la vida de alguien más con perfección”.

¿Por qué? porque la vida está a la espera de ser escuchada, allí, en su propia naturaleza.

En ese mismo sitio donde todos los humanos nos reconocemos como hijos de un mismo impulso.


[1] Mishpatim, otros los traducen como “ordenanzas”.

Foto: Sara Aniyar

La Magia

bailarina comprimida

Hubo un tiempo en que no hubo locos. Eran parte del paisaje pues eran, por decirlo de algún modo, parte de la diversidad sicológica.

Hubo un tiempo en que no hubo científicos. Los hombres de ciencia realizaban importantes logros cada mucho tiempo, los experimentos requerían de financistas que no existían y los (las) investigadores (ras) independientes eran perseguidos (das) a muerte.

Hubo un tiempo en que cada cosa se hacía a la vez. No habían máquinas que multiplicaban la producción, el artesano comenzaba el siguiente producto cuando ya había terminado el anterior.

Hubo un tiempo en que el sexo genital era mucho más peligroso que el anal. En que ir de un pueblo a otro implicaba riesgos mortales. En que la movilidad social solo existía por el efecto de las lámparas de Aladino. En que besar era contraer el aliento de tu pareja. En que tener hijos dependía de que no tuvieses más de 30 años. En que la belleza física era un asunto de los 15 a los 25 años. En que comer era sinónimo de unas tres o cuatro recetas casi toda tu vida. En que el café era el resultado de un gigantesco esfuerzo de la sociedad por conjugar el azúcar y el tostado. Ni que decir de tomar un café en Europa.

Los reyes de España bebían café en una vajilla china que había sido llevada en barco de Macau a Filipinas, de allí hasta Acapulco, de allí por tierra hasta Veracruz, y de allí, sorteando piratas y corsarios, llegaba a Cádiz. En eso consistía el imperio español, quizás el más grande antes del capitalismo.

Hubo un tiempo en que el francés no había sido inventado y el castellano implosionaba en cientos de dialectos en la profundidad de América. Hasta que llegó la escuela y luego la radio.

Hubo un tiempo en que el cáncer no existía, o no se reconocía, de raro que era. Que los ancianos tenían 65 años. Que la gente no tenía dientes. Que no siempre donde había agua había jabón. Que la gente se curaba yendo al mar y bebiendo un poco de océano.

Las riquezas metropolitanas no eran tan distantes de las periféricas. Los polos llegaban hasta New Brunswick, en Canadá. Las ciudades del Caribe debieron oler a frutas podridas, aguas estancadas y las moscas se combatían con abanicos.

Ese tiempo no fue hace mucho. Hace menos de unos doscientos años, unas menos de 6 generaciones. Entonces nada de lo que aquí se comenta era sorprendente.

Hoy hablamos con la soberbia de nuestro tiempo. Ayer hablábamos con la soberbia de aquel tiempo. Y mañana hablarán con soberbia de nosotros, como este artículo habla de nuestros tatarabuelos.

La magia consiste en transitar por el efluviante corredor de la sangre humana sin detenerse en las trampas de lo perecedero.

Entonces… ¿Cómo ingresamos nuevo conocimiento en nuestro entorno?

LuisMorenoAragua-1.jpgEn la entrega anterior pusimos un círculo. Allí, en algún punto, Ud. ha podido saber qué parte está jugando en el truculento juego de ingresar nuevo conocimiento en su entorno.

Si Ud. se fija con atención, realmente ese círculo no da ninguna opción. Es prioritario que Ud. entienda la parte que le tocó jugar. Es la base de su táctica. Pero las tensiones empujadas por sus propias carencias, los juegos de poder de su entorno inmediato y las adquisiciones ideológicas de su sociedad o institución siempre van a estar allí, en mayor o menor grado.

Ni es posible que Ud. tenga un conocimiento integral del tema que indaga ni de las formas que debe cuidar. Ni es posible contar con que los jefes desatiendan sus problemas de estatus y prestigio.

Ni es posible vencer totalmente la tentación que tienen las sociedades en dañar el conocimiento nuevo a favor de la ilusión democrática de convencerse de lo que ya están todos convencidos. Obsérvelos: todos, una y otra vez, en la gran asamblea, ratificados y reasegurados por el ilusorio debate público. Ud. no les va a quitar fácilmente ese placer.

Es simplemente demasiado importante para una sociedad tan amenazada por la desigualdad y la discriminación utilizar el debate público para certificar la voz de las mayorías, el a veces mal llamado “sentido común”, o peor aún, la ideología normativa dominante.

Lo único, lo fuera de forma y norma, lo profundamente (y no aparentemente) transformador está simplemente en desventaja. De hecho, si no fuese así, la capacidad transformadora de ese nuevo conocimiento no fuera tal.

Entonces, si ingresar nuevo conocimiento es tan difícil ¿Qué hay que hacer?.

Aférrese a la grandeza. Si Ud. contiene la fuerza de la transformación, libérela. Establezca plenitud. Inunde paz. Haga sentir la esperanza que se esconde detrás todas sus palabras. Sonroje. Justifique, no excuse. Transmita su pasiones. Explique rigurosamente todo: no desatienda a la voz de la lógica. Ud. tiene la obligación de ser implacable.

Piense en el sentido del humor. Piense, no en los chistes, pequeños escenarios imaginarios donde todo es posible. Piense en la esencia del humor: la grandeza, la superación de la mezquindad que por tanto tiempo nos tuvo atados. Compruebe una y otra vez, que toda esa explicación previa, llena de lógicas y rigores tiene manifiestamente humor.

¿Por qué?

Porque el conocimiento es asombro, decía Platón. Si Ud. no asombra no enseña ni aprende. Además, escúcheme muy bien, cuando hable, déjese asombrar Ud. mismo. Porque Ud. no es dueño de ese ni de ningún conocimiento.

Eso, aunque tantos digan lo contrario, lo sabemos todos en lo más íntimo.

Imagínese como si fuésemos parte de un Plan Divino que se divierte haciéndonos creer grandes verdades que se derrumban como hormigueros.

Adelante. Ud. es parte de ese Plan Divino. Y…. si el Eterno está con Ud., nadie estará contra Ud.

 

Las conclusiones más importantes en la vida.

NuevaEsparta01.jpgLas conclusiones más importantes en la vida, incluyendo las científicas, no son racionales sino emocionales. Aún más, la veracidad de un evento puede ser atestiguado o experimentado en condiciones adecuadas, pero la existencia de un evento es siempre emocional. De hecho, si no hay emoción no hay conocimiento.

Platón decía, por eso, que sin asombro no podía haber conocimiento.

Por ejemplo ¿Por qué nos reímos?

La verdad es que nadie lo sabe.  Freud explicaba que la risa nos produce una sensación de grandeza que hace trascender nuestras fragilidades. San Francisco decía que la alegría es comunión con el mundo. El Talmud dice mitzvá guedolá lihiot besimjá tamid, es decir, una inmensa bendición divina recae en aquella persona que está siempre alegre.

¿Pero, por qué existe la risa, qué fenómeno científico la explica?

La risa dice, al menos, dos cosas: 1. existe una empatía casi irrefrenable con el prójimo. Tal empatía existe por sí misma, esto es, no hay absolutamente nada que explique cómo opera la parte del cerebro que clasifica y genera risa. Sin embargo, nos hace la vida más llevadera, diluye el sufrimiento e, incluso, nos cura.

2. La risa, al mismo tiempo que no se puede explicar (como no puede explicarse fácilmente el rubor y muchas otras emociones de gran carga simbólica), es tan corriente que no necesita explicación. Simplemente existe en la dimensión indiscutible de nuestras emociones.

Esta es la naturaleza corporal del conocimiento. Conocemos por cómo el cuerpo se emociona con el mundo.

Esta es una vieja discusión y está muy argumentada por pensadores fundamentales como Spinoza, Hume, Freud o Rosaldo. Sin embargo, solemos olvidar su profunda belleza e implicación en la creación del conocimiento científico.

Emocionar es reconocer. Generar empatías de tales emociones significa hacer de los conocimientos hechos comunes, evidencias, testimonios del mundo que recibimos a través de nuestra humanidad.

Por ello, por absurda que nos pueda parecer una nueva teoría del universo, una nueva estrategia económica, un nuevo liderazgo político o cualquier otra nueva ecuación, cuando están listas las pruebas, evidencias, discusiones y argumentos, se despierta un lado enigmático de nuestra conciencia que, a veces incluso, nos hace pensar que ese conocimiento estaba en nosotros antes.

Esta es la magia o, mejor dicho, la naturaleza del asombro. Nos hace parte del conocimiento. Cuando conocemos empatizamos con el mundo revelando la fragilidad de nuestras viejas y mal explicadas existencias. Es entonces que se abren las puertas a las nuevas verdades.

Asómbrese y busque asombrar a los demás. Confíe en su mente confiando en su corazón.

Nuestro barco va a la deriva [algunas notas sobre el centro del universo].

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Durante los últimos años el ejemplo más utilizado para mostrar los cambios en la ciencia fue la posición de los astros.

Copérnico reveló por observación directa que el universo no giraba alrededor de la Tierra, como creía el primitivo Ptolomeo, sino solamente el sistema solar. Las teologías se vieron obligadas a cambiar su punto de vista, y el discurso sacerdotal recibió un medieval baño de agua fría.

Pero Copérnico fue a su vez removido en sus cimientos por Galileo quien, observando las manchas del sol, determinó que era la tierra la que giraba alrededor del sol, algo que la Alejandría greco-romana ya sospechaba muchos siglos antes. Es conocido que a Galileo casi lo queman vivo por eso. Galileo quedó casi ciego por efecto de sus observaciones.

Pero luego sucedió algo increíble:

Einstein indicó que el espacio y tiempo son indisolubles. Que la energía y la materia también. El tiempo y el espacio son la medida limitada con la que observamos la materia. La gravedad es la energía de cualquier materia y tiene el poder de curvar al espacio y por tanto, curvar al tiempo. El espacio, que hemos creído inalterable, se curva en presencia de cuerpos como los astros, e incluso, el tiempo es elástico cuando entra en contacto con materia… ¿Qué podemos saber ahora de la posición de los astros en el cielo? Si el espacio no es el que conocemos, sino una impresión de nuestra espacio-temporalidad elástica, ¿Qué posición realmente tenemos frente al sol? ¿Qué orbita realmente navegamos alrededor de qué? Nuevamente, el único centro al que podemos acceder es… la Tierra.

¿Por qué? Porque, si algún centro existiese, somos nosotros. Porque alrededor de esta Tierra gira la bóveda celeste afectando nuestras almas y mareas, con independencia de la mecánica de Galileo. Esta suerte de endotropía celeste parece ser la menos mala, la explicación más estable y calculable que aun podemos dar al movimiento de los astros. El viejo Ptolomeo, por una vía muy diferente, volvió a tener razón.

Lo increíble no es la teoría de la relatividad de Einstein. Lo increíble es que, ya siendo de uso común en la física, no hayamos cambiado nuestra visión de las cosas.

Lo increíble es el conocimiento científico de estos tiempos: conocemos tantas cosas, de manera tan precisa y, sin embargo, no somos transformados ni transformamos el mundo.

Descubrimos energías renovables que no usamos. Producimos gigantescas cantidades de riqueza que no repartimos. Desarrollamos tecnologías más humanas que no generan más prosperidad. Los bancos prestan más dinero que nunca, pero el mundo se empobrece. Producimos más alimentos que nunca y se extienden las hambrunas (como la del 2008-2009, cuando la especulación financiera elevó peligrosamente los precios de los cereales). Conocemos técnicas de organización y de paz que no aplicamos.  Los países petroleros no siembran su petróleo y giran a la deriva de los altos precios de combustibles tóxicos. Nadamos en riquezas que se nos escapan. Los tomates, el maíz, la lechuga, los huevos matan, dan cáncer, alzheimer y déficit de atención en los niños pequeños.  Los líderes mundiales hacen revoluciones para que, finalmente, nada cambie, nada se mueva. Alentamos la guerra vestidos de pacifistas, alentamos la intolerancia vestidos de democracia, alentamos la ignorancia vestidos de sabios. Nuestro barco va a la deriva.

En este confuso mundo, lo último que hay que hacer es dejar de conocer, dejar de pensar libre y objetivamente. Lo último que hay que hacer es atar de manos al pensamiento. Es la política, en representación de la sociedad, quien debe atarse de manos para que el pensamiento riguroso, libre y liberador avance.

Para que la Tierra vuelva a ser el centro del Universo.